CEGADOS Y RESIGNADOS

Ibrahim, el menor de siete hermanos, llegó del vecino Marruecos siendo un adolescente. En el seno de su familia de acogida continuó su crianza junto a Jalid, su hermano y amigo del alma. En ella se dejó querer y educar hasta alcanzar la universidad y licenciarse. El respaldo de su familia andaluza le supuso conseguir la nacionalidad española. Nunca se olvidaría de su tierra y de su familia de origen.
Como cualquier hijo, ha querido honrar a su madre haciéndola partícipe de su vida en esta tierra andaluza que tanto sabe de mestizajes a lo largo de la historia, siendo él un claro ejemplo de ese magnífico resultado. Soñaba con que su madre compartiera su casa, techo y mesa, paseara por la ribera del Guadalquivir y disfrutase de nuestras calles y plazas, tomándose un refresquito en la vecina Corredera. Pero, la maldita ley de extranjería, deshumanizadora, excluyente y criminal, alza un imponente muro para que este encuentro materno y filial se frustre.
Quivira, desde su aldea de Marruecos, quita hierro al asunto y relaja a su hijo Ibrahim tras haber conocido que le denegaban el visado y que no podrá venir a España. La indignación de él contrasta con la resignación de su madre.
Con la actual ley de extranjería, ¿cuántos podríamos estar en la cárcel por acoger a  inmigrantes sin papeles o ayudar a algún refugiado procedente de algunas de las guerras africanas o de Oriente? Las actuales leyes de extranjería, emanadas del Convenio de Schengen (1990), son las causantes de tantísimas muertes en las aguas del Mediterráneo, de las salvajes alambradas de Ceuta o Melilla, de cientos de refugiados hacinados en  la frontera esperando una oportunidad, de las violaciones a los derechos humanos continuos en los centros de internamiento, de un control de fronteras (Frontex) que deja morir a centenares de vidas apiladas en los sótanos de un barco, que mira hacia otro lado cuando la policía de los regímenes dictatoriales de la otra orilla del Mediterráneo apalean y matan a inmigrantes procedentes de países subsaharianos. Mientras los profesionales de la justicia callan ante tanta violación contra los derechos humanos, la titular del Juzgado de Instrucción número 5 de Ceuta no le ha temblado el pulso al decretar prisión provisional y sin fianza para el padre del niño de 8 años que iba a ser introducido en Ceuta para vivir con su familia en el interior de una maleta.
El caso de la madre de Ibrahim desgraciadamente no iba a ser diferente. El consulado de Casablanca, a través de sus empresas privadas, tan dado a denegar todo lo que huele a solidario y humano, es una torreta más de esta inmensa fortaleza en la que se ha convertido la vieja Europa, más afanada en lucrarse descaradamente de las materias primas de los países empobrecidos que en tender puente  de colaboración y solidaridad.
Desde la indignación, que nos vacuna de la resignación y de la pasividad que nos da la ceguera, seguiremos diciendo NO a toda esta inhumanidad, orquestada y creada por una política que se levanta contra los derechos humanos, los asfixia y los aniquila. Lucharemos por la madre de Ibrahim y por todas las madres que quieran encontrarse con sus hijos y no desistiremos hasta que los ojos de Quivira contemplen las aguas del Guadalquivir.
El Papa Francisco decía que quiere llevar a Dios al otorrino para que escuche el clamor de su pueblo masacrado, pero mientras tanto no estaría mal que fuésemos al oculista para que nos curase la ceguera y así gritar al unísono: ¡basta ya de tanta injusticia!

                                                                                   Córdoba, 14 de mayo de 2015

                                                                                       Miguel Santiago Losada                                                                                        Profesor y miembro de la Asociación Kala

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